miércoles, 18 de marzo de 2009

Ya tenemos página web en www.visc.es






Ok, es una imagen fija, pero poco a poco le iremos dando movimiento. Paciencia, amigos.
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visc@visc.es

domingo, 15 de marzo de 2009

Enfermos imputables

Nos consta que hay a quien le preocupa que nuestra propuesta de investigar la hipotética enfermedad del maltratador y la maltratadora pueda suponer la excusa perfecta para que los acusados por maltrato pidan un atenuante en su condena o incluso la absolución. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Nuestra propuesta contempla la existencia de esta enfermedad al mismo tiempo que pide que sus afectados sean tratados penalmente como personas sanas. Pero sólo penalmente, dada la peligrosidad del trastorno y la ausencia de terapias eficaces que lo neutralicen. Es decir, que el afectado que delinca ha de enfrentar la condena que le corresponda según las leyes actuales y nunca la Asociación VISC velará por rebajar condenas o justificar el delito que supone maltratar. Siendo conscientes de que la cárcel no es el lugar idóneo para recuperar o reinsertar a este tipo de inadaptados, consideramos que, si se van mejorando los protocolos con que se les trata, este lugar les ayudará a sobrevivir a sí mismos, a reflexionar sobre su conducta y a dedicar su tiempo y su energía en buscar modos de reordenar sus esquemas y valores. Lo que la Asociación VISC sí que defiende es que se investigue en profundidad los argumentos con que investigadores como Araceli Santalla o especialistas como el psiquiatra Valentín Barenblit sostienen que el maltratador padece un trastorno mental susceptible de ser tratado. Porque si esto fuera así, podríamos entender, por fin, los verdaderos engranajes psicológicos de la personalidad maltratadora, independientemente de condicionantes sexuales, culturales y educativos. Y tendríamos, por fin, la llave para empezar a combatir la violencia doméstica desde su verdadera raíz.

En estos días hemos podido ver en televisión la primera entrevista a Jesús Neira después del terrible incidente que tuvo con un maltratador cuando, en plena calle, le increpó para impedir que siguiera golpeando a una mujer. Esto atrajo la ira del agresor hacia él y le reportó una paliza que, sumada a las negligencias médicas de las que fue víctima, le tuvieron más de un mes en estado de coma. Coma del que salió milagrosamente, pero con unas secuelas físicas y emocionales que, en parte, se hacían visibles en la entrevista que concedió a Antena 3 esta semana. Lo menciono porque, entre las cosas que comentó, hablaba de su agresor con una patente y comprensible repugnancia, usando el sustantivo de “cucaracha”: “Nunca debí darle la espalda a una cucaracha”; “Yo no estoy acostumbrado a tratar con cucarachas”, etc. Dado que se trata de un hombre de reconocido nivel intelectual (es profesor de Universidad), no usó adjetivos vulgares o malsonantes y en ningún momento perdió la compostura, aunque bien es cierto que todos le habríamos disculpado si se hubiera referido a Antonio Puerta, su agresor, como un hijo de puta malnacido. Sólo le llamó “cucaracha” y a muchos nos pareció demasiado amable ese apelativo dado el lamentable estado en que había quedado el profesor, consumido por el acecho de la muerte durante 6 meses tras la paliza de Puerta. Es comprensible, por tanto, que reclame un desprecio unánime, frontal y sin ambigüedades hacia los agresores de mujeres y que en el cargo que le han asignado como presidente asesor del Observatorio contra la violencia de género, se proponga alentar a la sociedad para que vea al maltratador como una cucaracha inmunda, de modo que tal desprecio y acorralamiento le acaben obligando abandonar su conducta. Es una cruzada ambiciosa y desordenada, pero legítima y fácil de asumir por cualquier ciudadano de a pie medianamente sensible. Sin embargo, mientras en la calle se alimenta este odio natural contra el maltratador, en las universidades, los centros de investigación y los despachos de psicólogos y psiquiatras, debe seguir velándose por la objetividad y la ciencia. Porque, de otro modo, el maltratador será, ahora sí, como las cucarachas, el único ser vivo capaz de sobrevivir a una bomba nuclear que asole el planeta. De ahí que, tragándose la repugnancia que pueda despertarle un maltratador, el científico deba investigar los mecanismos psicológicos y biológicos que están en la génesis de su conducta, porque es el modo más eficaz e inteligente de encontrar un camino para el exterminio del monstruo que vive en ellos. No es posible encarcelar a todos los maltratadores y maltratadoras del mundo presentes y futuros, ya hemos comprobado que tampoco es eficaz tratar de detenerle con leyes intimidatorias, ni con películas o campañas publicitarias enfocadas a disuadirlo. Por tanto, dejémonos de posturismos y pataletas para combatir, de una vez por todas, la raíz del problema: la enfermedad del maltratador. Y sí, será un enfermo, pero un enfermo imputable al 100%. Por tanto, a la cárcel, pero con terapia.