miércoles, 20 de febrero de 2013

ÓSCAR PISTORIUS

Antes de saber a ciencia cierta si Óscar Pistorius es culpable del asesinato premeditado de su novia, la modelo Reeva Steenkamp el día de San Valentín y ante los indicios que apuntan que el crimen pudo cometerse por celos, podemos comentar algo al hilo de las preguntas que ha suscitado un hecho tan inesperado: ¿porqué alguien que ha triunfado en la vida, con un espíritu de superación indiscutible y con tanto que perder, mata a su pareja de 4 disparos? Que lo haya hecho adrede o sin querer, como alega este atleta sin piernas, no impide analizar por qué puede hacerlo intencionadamente alguien de su perfil. Y eso incide en la necesidad de estudiar en profundidad la biografía de hombres y mujeres que llegan a estos extremos, pero no la reciente, sino la antigua, la de sus primeros años, esa que ya casi no recuerdan. Porque como afirman los últimos estudios sobre salud mental, lo más determinante de nuestra vida pasa en la primera infancia, desde el vientre materno hasta los 5 años, aproximadamente.

Lógicamente, ni yo, ni probablemente este corredor sudafricano, sabemos qué incidentes de importancia pasaron en su primera infancia capaces de explicar un cruzamiento de cables tan terrible, por tanto, me concedo la licencia de especular sobre ella a la luz de nuestra teoría sobre el origen de la personalidad maltratadora, confiando que sirva, al menos, para entender casos similares. Según esta teoría, en la infancia de un agresor celoso han de darse 4 condicionantes: 1º) que tenga una alta sensibilidad neurológica que lo vuelva psicológicamente más vulnerable a un trato inadecuado; 2º) que su progenitor más próximo le dé un trato de amor/odio que le genere una inseguridad afectiva traumática, responsable de los celos patológicos adultos respecto al nuevo “amor de su vida”; 3º) que haya sido castigado con frecuencia (no necesariamente con agresiones físicas) sin mediar proporción ni reflexión, de manera impulsiva, fijando en él este mismo impulso; 4º) que haya visto a sus padres tratarse mal, con agresiones verbales o físicas, sin que ninguno le explique después que ese trato es inadecuado, cosa que le hará concebir el tratar de igual modo a su futura pareja.

La confluencia de estos 4 elementos en la infancia de una persona, sin que falte ninguno de ellos, explicarían el desarrollo de un trastorno agresivo y celoso compatible con el perfil de alguien que, sin haber demostrado públicamente una personalidad conflictiva, es capaz de matar a su pareja ante la unión temporal de dos circunstancias: a) que esté atravesando un estado de crisis (los maltratadores alternan estados de normalidad con estados de crisis, caracterizados por una gran ansiedad, paranoias de traición y/o celos e impulso castigador); b) que se revele alguna información que alimente o confirme las sospechas del celoso y/o que su pareja amenace con dejarle.

Estos 2 hechos a la vez bastarían para que alguien que ha experimentado en su infancia los 4 elementos descritos más arriba, estalle contra su pareja de un modo desproporcionado, claramente patológico. Sí que hemos observado que esos 4 elementos no suelen presentarse en adultos con una infancia en la que, presumiblemente, se les ha estimulado y prestado una atención adecuada en el sentido más pedagógico. Tan adecuada como para hacerle superar el “complejo” de carecer de piernas y alimentar el coraje que lo acabe llevando a competir en unas Olimpiadas junto a corredores con piernas. Esto es lo más desconcertante del caso Pistorius. Por eso, aunque sabemos de casos de familias aparentemente estructuradas que han impartido una educación demasiado castigadora, generando estas personalidades maltratadoras, el de la familia de Pistorius, por lo que he extraído de la prensa y por el propio ejemplo de superación que ha sido este atleta, hace que crea encontrarme ante una excepción.

Pero faltaría averiguar si estamos ante un hombre especialmente sensible cuya madre, por debilidades y traumas propios, le dio un trato de amor/odio que despertó su inseguridad; si fue castigado por todo lo que hacía mal o dejaba de hacer bien desde su más tierna infancia; y si vio a sus padres tratarse mal o, incluso, escuchó un “te voy a matar”, para hacerle concebir, inconscientemente, el matar a su pareja. Tampoco es tan improbable. Cuando dispongamos del test capaz de identificar estos 4 elementos en la infancia de un agresor, quizá llegue algún día bajo el boli de Óscar Pistorius y un psicólogo pueda decir: ahora sí sabemos por qué pasó lo que pasó con este chico. O bien, que dicho test descarte este trastorno afectivo y fortaleza la sospecha de que otros factores incidieron en el crimen, por ejemplo, el consumo de sustancias dopantes que incrementan la agresividad. Está por ver.