Ante las dificultades que encuentran los jueces para adoptar las medidas de protección que requiere la denuncia de una mujer contra su agresor cuando ella misma, poco después, se desdice y trata de quitar la denuncia, muchos magistrados han tomado la decisión de condenar al maltratador aunque su víctima se arrepienta de denunciarle, siempre que pueda constatarse su condición de maltratada. Este hecho, junto con el del endurecimiento de las penas, lejos de revertir en una remisión visible del número anual de víctimas, puede tener las siguientes consecuencias más probables, según nuestra teoría:
a) Que la víctima, indiscutible testigo de que su agresor tiene un lado bueno, por no perjudicarle de un modo tan drástico (pues le sigue amando por ese lado bueno) se resista aún más a denunciarle.
b) Que las mujeres maltratadoras, encuentren en la justicia un inmejorable aliado para llevar a cabo la extorsión, la persecución o la venganza con que deseen castigar a su pareja.
c) Que el agresor encuentre en esos obstáculos penales una provocación para su paranoico impulso castigador y, en lugar de neutralizarlo, lo alimenten, ya que ve reforzado su criterio de que lo malo debe castigarse con implacable dureza.
d) Que el agresor opte cada vez más por el suicidio tras cometer una agresión mortal.
e) Que ese agresor no castigue, finalmente a esa víctima, pero que lo haga con otra, o que lo sigan haciendo los miles de agresores que nunca serán denunciados, ni serán intimidados por esas medidas.
Ojala no fuera así y los agresores, antes de arremeter contra su pareja, se parasen a pensar en las consecuencias penales que tendrá ese acto y se quedaran paralizados por el miedo a pasar 30 años en la cárcel en lugar de 20, o a tener que llevar un molesto brazalete durante unos meses. Pero esa confianza peca, en este caso, de una ingenuidad letal. Porque si un maltratador está dispuesto a morir tras matar, ¿qué medida penal o rechazo social va a detenerle en su irracional cruzada castigadora?
Por otro lado, si tenemos tan insistente constancia del hipnótico amor que muchas maltratadas profesan a su verdugo, ¿por qué lo ignoramos? Es más, ¿por qué despreciamos la inteligencia de esas mujeres? Desde aquí propongo que las escuchemos, que intentemos averiguar de qué parte de ese monstruo están enamoradas exactamente. Porque si esa parte existe y es capaz de enamorarlas, es muy posible que esa parte sea el ancla con la que podemos rescatarlos a todos. A ellos de su trastorno y a ellas de su ceguera.
Con todo, tenemos 2 opciones:
1. Seguir lamentándonos, haciendo declaraciones públicas sobre lo despreciable y repugnante que nos resulta el agresor de turno, endureciendo las penas hasta el infinito o compadeciéndonos de la pobre maltratada. En definitiva, seguir ampliando los vertederos humanos en que se han convertido nuestras cárceles.
2. Combatir, de una vez por todas, al verdadero enemigo que lo es, también, del mismo agresor y que vive en su cabeza, a pesar, incluso, de su lado bueno. Combatir su trauma y salvar el lado bueno que, según quienes más les conocen, muchos todavía conservan. En definitiva, empezar a curar al enfermo, a vaciar las cárceles y a reciclar a esas personas cuya capacidad de amar y de hacer el bien nunca ha sido del todo descartada ni biológica, ni psicológica, ni jurídicamente.
Con el convencimiento de que es esta segunda opción la respuesta más eficaz, seguiremos trabajando por este fin: salvar vidas y no lo olviden, principalmente de las más vulnerables, las mujeres.
2 comentarios:
Uno se queda sin palabras ante reflexiones de este tipo. Es muy cierto todo lo que dices, sabemos tan poco de todo. Pero entre que nos quedamos sin palabras o las utilizamos indebidamente por nuestro desconocimiento del medio, igualmente cierto es que las estadísticas en este sentido son terroríficas. Bajo mi modesto punto de vista no sólo influyen aceleradores como el alcohol o las drogas, también hay un fondo cultural o educacional mal interpretado. O lo que es peor, mal canalizado. Da igual hombres o mujeres, heterosexuales u homosexuales, la victima siempre es la misma: la que está en inferioridad de fuerzas. Por mi trabajo solidario, como cooperante internacional, desgraciadamente he podido conocer muchos casos de este tipo de violencia sin sentido en diferentes ámbitos y con muy distintos “argumentos” por parte del maltratador. Pero con denominadores comunes: la incultura o la cultura más primaria. La de las cavernas…
Gracias por tu comentario, muy interesante también. Como con todo, hay que esforzarse por llegar a la raíz del problema y no quedarnos en la superficie. Porque ese es precisamente el motivo de que todavía no se haya encontrado el resorte capaz de detener esta sangría. Y es que, estoy convencida, todo problema tiene su solución. Dar con ella es sólo cuestión de tiempo, de esfuerzo y de imaginación.
Un abrazo.
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