miércoles, 2 de febrero de 2011

“El maltratador no es un enfermo, es una persona retorcida, mala y manipuladora”: El sentimentalismo sin fundamento que nunca solucionará el problema.

Esas palabras entrecomilladas del titular las decía estos días en la radio, entrevistada con motivo de las 7 muertas que llevamos este mes, una mujer que había sido maltratada y había superado aquella situación. Seguramente lo afirmaba con esa rabia, porque es lo que le han dicho hasta la saciedad en los protocolos de recuperación de maltratadas, los psicólogos, asistentes o psiquiatras que nunca han convivido con un maltratador. Y ella, al final, se lo ha creído. Pero se lo ha creído sin plantearse algunas cosas como éstas que yo, que también he sido maltratada, sí que me he planteado y he investigado sin dejarme condicionar por los especialistas que nunca han conocido esta realidad en primera persona:

- ¿En qué momento entre su infancia y su adultez perdió el maltratador toda su bondad para convertirse en alguien tan malvado? ¿Acaso nació malo?

- Cuando me enamoré de él ¿cómo es que no advertí que era tan malo, retorcido y manipulador? ¿Acaso todos los maltratadores vienen con un curso de interpretación bajo el brazo, como para ser capaces de fingir hasta el punto de engañar a mujeres cultas e inteligentes?

- Y las mujeres maltratadoras ¿tampoco son enfermas? ¿también son personas retorcidas, malas y manipuladoras? ¿por qué? ¿en qué momento de su historia se volvieron así? ¿Acaso nacieron así?

- La afirmación de que no es un enfermo se deduce porque su conjunto de síntomas no corresponde con ninguna de las enfermedades concretadas en el diccionario de salud mental, sin embargo este diccionario contempla “trastornos de personalidad no definidos” donde sí podrían encajar estos individuos y además todos los especialistas que investigan la personalidad maltratadora reconocen que la mayoría presentan varios síntomas psicopatológicos. Por tanto… cable alguna posibilidad de que sí sean enfermos.

- El miedo a que reciban una disculpa social también condiciona la opinión infundada de que no son enfermos. Así como la posibilidad de que esta consideración de enfermos pudiera servirles de atenuante de la pena y los dejara en la calle, con el peligro que eso representaría para las víctimas.

- Se ha generalizado, gracias a los medios, la televisión, la publicidad, el cine, la literatura, etc. la imagen del maltratador como un psicópata. Sin embargo el perfil psicopático del maltratador, según los estudiosos del fenómeno, es el más minoritario. Esto invita a pensar que se extiende la consideración psicopática del maltratador común por la antipatía que despiertan estos perfiles y la creencia de que esto despertará más rechazo social y ayudará mejor a la víctima a distanciarse de su agresor.

- Afirmar que “el maltratador no es un enfermo” acaba siendo, pues, un insulto a la inteligencia y la autoestima de las mujeres maltratadas, pues las tacha de personas incapaces de intuir los engaños de un timador sin escuela y de enamorarse de un monstruo sin escrúpulos. Sin embargo, en realidad, la maltratada se ha enamorado de la parte buena que convive con la mala en la cabeza del agresor, y esa dualidad habla de su patología, cosa que la víctima intuye desde el primer momento. Si embargo, cuando le hacen creer que no está enfermo, entonces ella se cree capaz de rescatar a su lado bueno, de cambiarle por amor. No obstante, si supiera que está enfermo, que su enfermedad tiende a empeorar, que los arrebatos serán cada vez peores y que no hay tratamiento, sabría con certeza que no puede cambiar, cosa que le ayudaría a distanciarse más definitivamente.

- Por otro lado, si el maltratador es retorcido, malo y manipulador ¿qué pretenden rescatar los protocolos de rehabilitación de agresores? ¿para qué sirven? Se supone que una persona mala y retorcida no quiere cambiar. Quiere cambiar quien conserva algún resquicio de bondad y de ilusión por ser feliz de otro modo. Sin embargo, la imagen psicopática que dan de él los medios, hacen del maltratador alguien aparentemente irrecuperable. Por eso, los protocolos de rehabilitación no suelen recibir ayudas institucionales: eso no da votos, pues no es coherente con la imagen de malvado que se alimenta por todos los medios.

- Por último, revisemos cómo se define la “enfermedad mental”:
o La enfermedad mental, concepto enmarcado en la psiquiatría y medicina, es una alteración de los procesos cognitivos y afectivos del desarrollo, considerado como anormal con respecto al grupo social de referencia del cual proviene el individuo. Se encuentra alterado el razonamiento, el comportamiento, la facultad de reconocer la realidad o de adaptarse a las condiciones de la vida. Dependiendo del concepto de enfermedad que se utilice, algunos autores consideran más adecuado utilizar en el campo de la salud mental el término "trastorno mental". Sobre todo en aquellos casos en los que la etiología biológica no está claramente demostrada, como sucede en la mayoría de los trastornos mentales. Además, el término "enfermedad mental" puede asociarse a estigmatización social. Por estas razones, este término está en desuso y se usa más trastorno mental, o psicopatología. El concepto enfermedad mental aglutina un buen número de patologías de muy diversa índole, por lo que es muy difícil de definir de una forma unitaria y hay que hablar de cada enfermedad o trastorno de forma particular e incluso individualizada ya que cada persona puede sufrirlas con síntomas algo diferentes. En cuanto a la etiología de la enfermedad mental, podemos decir que, debido a su naturaleza única y diferenciada de otras enfermedades, están determinados multifactorialmente, integrando elementos de origen biológico (genético, neurológico,...), ambiental (relacional, familiar, psicosocial,...) y psicológico (cognitivo, emocional,...), teniendo todos estos factores un peso no sólo en la presentación de la enfermedad, sino también en su fenomenología, en su desarrollo evolutivo, tratamiento, pronóstico y posibilidades de rehabilitación. La enfermedad mental suele degenerar en aislamiento social, inactividad, abulia, desorden del ritmo de vida en general y, en ciertos casos y circunstancias, comportamientos violentos e intentos suicidas.

Leyendo esta definición ya no parecen tan incompatibles los síntomas que manifiesta la mayoría de los maltratadores con la afección de un trastorno mental. Señores, el maltratador común no es un psicópata. Y si no es un psicópata, no es una persona retorcida, mala y manipuladora. Quizá en determinados momentos emplea métodos que sí lo son, pero eso habla de sus acciones, no de su ser, de su esencia. Del mismo modo, la mujer maltratadora tampoco es en su esencia una persona mala. Esto significa que hay alguna traba en su cerebro que le lleva a cometer actos malos, incompatibles con la felicidad de sus allegados y la suya propia. Pues este comportamiento no habla de que esa actitud le produzca alguna satisfacción y por eso la mantiene. De hecho, ningún maltratador o maltratadora, a excepción de los psicópatas, es feliz cuando maltrata. Normalmente están inyectados en una rabia, ansiedad y obsesión insaciable por castigar actos que su criterio paranoico considera “malos”. El maltratador cuando maltrata cree estar ejecutando un castigo justo, igual que cuando se suicida tras haber matado a su pareja. El impacto de ver muerta a su pareja lo despierta de su estado semi hipnótico de crisis y le hace valorar la desproporción de su acto, obligándole a aplicar sobre sí mismo el criterio con que antes la castigó a ella. Y es que el criterio que más condiciona la vida de un maltratador es “el criterio de castigar lo malo”, pero convertido en impulso y movido por delirios paranoicos, casi siempre celotípicos. El agresor no siente que maltrata, siente que castiga una maldad, igual que él era castigado de pequeño cuando su madre consideraba que hacía algo malo, por eso tampoco se identifica en las campañas publicitarias contra el maltratador. Nadie condenaba ni llamaba “maltratadora” a su madre cuando le pegaba por acciones cuya maldad él no era capaz de entender. Por eso también él ahora cree estar castigando con justicia. Pero ¿contra qué maldad?, se preguntarán. Contra la traición de la que se cree víctima, por sus celos patológicos. Entonces ¿es o no es un enfermo? De acuerdo, no lo llamemos “enfermedad”, llamémoslo “trastorno mental”, como aconseja su definición.

Se trata, sin embargo, de un trastorno especial, que debería ser tratado penalmente con leyes especiales. Su enfermedad nunca debe ser atenuante de pena. Primero, porque el agresor es consciente de la maldad de su acto y asume el castigo que le corresponde, hasta el punto, muchas veces, de parecerle leve una pena de cárcel y preferir la pena de muerte que él mismo se aplicaría. Segundo, porque sigue siendo un peligro potencial, ya que no existe terapia eficaz para este trastorno. Tercero, porque se debe aprovechar su reclusión para investigar y practicar terapias. Y cuarto, porque debe impedírsele el suicidio, con tal de que su reclusión repercuta en la sociedad por medio de la investigación de terapias aplicables a afectados en libertad que aún no han maltratado.

Este es uno de los medios que VISC propone para acabar con la violencia de pareja. Otro medio sería trabajar en formar a los padres para que eviten volcar en sus hijos aquellas agresiones concretas que repercuten en el desarrollo de una personalidad maltratadora.