domingo, 31 de mayo de 2009

Amar y dejar a un enfermo de celos agresivos

La mujer asesinada en Castellón veía casi a diario a su ex novio con orden de alejamiento. Tras matarla, el agresor viajó a Madrid para dejar a su hijo con unos familiares y entregarse a la policía.

http://www.violenciadegenero.info/2009/05/29/la-mujer-asesinada-en-castellon-veia-casi-a-diario-a-su-ex-novio-con-orden-de-alejamiento/

De nuevo nos tenemos que preguntar por qué suceden estas cosas. Por qué una mujer que ha denunciado a su pareja por maltrato, tras lograr una orden de alejamiento por su propia seguridad, vuelve con él, a espaldas de la justicia y de la lógica, como si todo se tratara de un juego. Y también nos podemos preguntar por qué a él no le sirve de escarmiento y reflexión, de intimidación o vergüenza, que la ley le imponga no acercarse más a la mujer que le ha denunciado. O por qué tras matarla no huye, se esconde, miente o se justifica, para seguir saciando libremente su sed de dominación sometiendo y maltratando a otra mujer, si es ese el sentido de su vida, como presumen muchos especialistas. O por qué es más poderoso su impulso agresor que la amenaza de perderlo todo: a su pareja, su hijo, su hogar, sus padres, su trabajo, sus amigos, su libertad, su vida. Por qué pudiendo elegir, elige lo peor para él y se entrega resignado a la policía.

Todo tiene un porqué. Y los porqués son muy útiles para entender los mecanismos del comportamiento humano y poder mejorarlos o corregirlos. Los porqués no disculpan, no atenúan la culpa ni justifican lo malo. De hecho, al agresor tampoco le sirven sus propios porqués. Por eso tantos se entregan o se suicidan, resultándoles demasiado benévolo el castigo de la cárcel. Si no me creen, prueben a reinstaurar la pena de muerte para este tipo de crímenes. No serviría de nada. Es más, les ahorraría el esfuerzo de enfrentarse al suicidio para escapar de su culpa.

El maltratador maltrata reproduciendo el maltrato que recibió de pequeño, o de pequeña, si es mujer la agresora. No ha de ser necesariamente un castigo físico el que recibiera, pues el castigo psicológico también produce lesiones en su frágil mente. Pero si fue traumáticamente maltratado, nos preguntamos después, ¿por qué a veces se comporta correctamente? ¿Por qué es capaz de dar respuestas psicológicamente sanas ante situaciones que un enfermo no sabría resolver?, ¿por qué puede desprenderse de su condición de niño-maltratado para seducir, conquistar, cuidar, estimular y proteger a una mujer, y luego volver a vestirse de niño-traumatizado para insultarla y golpearla?, ¿acaso las secuelas de un trauma pueden borrarse y mostrarse intermitentemente? Pues sí. En esta clase de traumatizados afectivos sí sucede eso. Y sucede porque el maltrato que recibieron de niños era compensado, de manera intermitente, con cálidos gestos de cariño y protección. Porque el progenitor castigador, no está siempre enfadado y castigando. De ahí que el niño recibiera estímulos positivos que luego le permitirían exteriorizar ese lado bueno y atractivo con que hacer amigos, conseguir trabajo y enamorar a mujeres. Ambos lados, el bueno y el malo, conviven, pues, en la misma persona y ambos son verdaderos, tan verdaderos como el amor y el odio que recibió en su infancia de su progenitor más próximo, la madre, generalmente. La frecuencia e intensidad de sus crisis estará muy relacionada, entonces, con la frecuencia e intensidad con que fue castigado de pequeño, pues resulta una información tan impactante para el cerebro de un niño, que quedará grabada en el subconsciente y acabará reproduciéndola bajo muy similares parámetros cuando sea mayor.

¿Qué sucede cuando es mayor? Sucede que, por la inercia biológica que todos compartimos, se enamora y seduce a una mujer. Y con ello sucede que cambia el lugar donde depositaba sus afectos más íntimos, de su madre a su nueva pareja, trasladando también a ella los traumas afectivos que contrajo en la infancia y que, como digo, siguen vivos en el subconsciente. Entonces, igual que antes tenía una relación de amor-odio con su madre, lo mismo sucederá con su pareja, representando ésta el papel afectivo que asumía su madre antes. Sin embargo, mientras que en su infancia, la madre castigaba y el niño tenía que someterse resignado y asustado, ahora ese niño es un hombre con capacidad para defenderse y vengarse de un maltrato injusto. Los celos irracionales que delatan la inseguridad afectiva con que creció este niño, alimentarán sus paranoias adultas sobre la inminente traición que le prepara su pareja. Y así como de pequeño aprendió que todo lo malo tiene que castigarse, ejercerá el castigo contra su pareja por ser mala, por ignorarle, por fingir quererle cuando en el fondo pretende abandonarle, por demostrar con su dejadez, su apatía, su desorden o su indiferencia, que ya no le desea, que ya no quiere estar con él, que prefiere a cualquier otro… y todos esos delirios tan recurrentes en esta patología.

Pero a todo esto, se une una circunstancia nueva y letal, que no se daba en la infancia del agresor: la rebeldía de la víctima hacia el castigo. O bien, que la víctima reconozca su intención de abandonarle. O que se defienda, o que le insulte, o que, en definitiva haga lo que él jamás se atrevió a hacer cuando le castigaba su madre, reconociendo su instinto de supervivencia las pocas posibilidades que tenía de salir airoso del conflicto. Sin embargo, una persona adulta de hoy en día, liberada, respaldada por una sociedad cada vez más civilizada que nos incita a la rebeldía ante cualquier forma de sometimiento irracional y desproporcionado, no se resigna a un castigo injusto: protesta, se queja, se defiende, insulta e incluso amenaza o denuncia. Pero el cerebro del agresor encaja estas reacciones como un desafío al castigo que él considera justo, un desafío osado y provocador que no hace más que confirmar sus sospechas de que la víctima es mala. Igual que su madre le castigaba a él porque era malo y él no rechistaba. De hecho, si rechistaba, el castigo era mayor. Y así sucede en su relación adulta. Que la víctima protesta y su castigo es mayor, “como debe ser”, para el cerebro traumatizado del agresor que reproduce lo que su propia madre habría hecho con él si él se hubiera rebelado. ¿Cuántas veces, si no, le oyó decir “como no cumplas el castigo, te mato” o “como patalees, te mato”, o “si te portas mal, te mato”? Un niño no sabe distinguir si se trata de una expresión exagerada; simplemente aprende a concebir el matar como una forma apta de castigo.

Pero su pareja no le ama por eso, le ama por su lado bueno, por ese que sí fue estimulado, querido y protegido. Por las veces en que la madre estaba de buen humor y bromeaba con él, le valoraba y le hacía sentir importante. Por las veces en que lo puso como ejemplo ante otros, le abrazó y le besó cuando tuvo miedo, le arropó en la cama y le contó un cuento, le defendió del vecino que quiso pegarle, le compró ropa y le dijo lo guapo que estaba, en definitiva, por las veces en que se sintió el pequeño príncipe de la reina que para él era su madre. Esos momentos alimentaron la personalidad carismática y encantadora que tienen también estas personas agresivas y es ESA personalidad la que enamora, no la otra. De manera que una mujer maltratada no es, necesariamente, una masoquista, anulada, sin autoestima y llena de complejos. Porque cualquiera puede enamorarse del hombre sensible que vive tras ese asesino en potencia que acaba siendo un niño que ha crecido bajo los condicionantes que acabo de describir. Cualquiera.

Pero siendo conscientes, ahora sí la sociedad entera, de todo esto, hemos de informar bien, tanto a las mujeres más vulnerables como a toda persona que aparentemente no es susceptible de caer en las redes de una relación tan destructiva, que el comportamiento del maltratador común se rige bajo unos parámetros mucho más vinculados a la enfermedad que a la razón y que, por tanto, nunca debemos caer en la ingenuidad de pensar que con amor podemos cambiarles. No podemos cambiarles y esas crisis en que pasa de ser un hombre maravilloso a un monstruo, se van a repetir de manera intermitente, sin que nadie pueda evitarlo, ni siquiera él mismo, por mucha voluntad que le ponga. Porque TODAVÍA no hay terapia enfocada al tratamiento de este trastorno. Por eso insisto, por tu propia supervivencia: si detectas en tu pareja un comportamiento que se ajusta al que describo, ten mucho cuidado y aléjate de él con la mayor prudencia y sutilidad de que seas capaz. Aunque le ames, aunque te ame. Porque este trastorno mata y muerta nunca podrás ayudarle.

domingo, 3 de mayo de 2009

Diagnóstico de un afectado

Es celoso, pero no lo sabe. Él piensa que sus enfados son por otras cosas. Tiene un buen trabajo y una buena mujer, pero a menudo discuten por tonterías: que si se ha dejado la ventanilla del coche abierta, que si no compró la marca de galletas de siempre, que si puso el aire acondicionado demasiado alto, que si la factura de teléfono, que si el mando de la tele, que si el cole de los niños, etc. Las discusiones típicas en la pareja, como pensaríamos muchos. Sin embargo, él pasa de ser un tipo encantador, cariñoso, comprensivo, generoso y optimista, a ser otro desagradable, exigente, intolerante, autoritario, negativo e incluso agresivo por ese tipo de cuestiones. Y a ella le hace mucho daño. Porque a ella no se le ocurre montar tal escándalo al hombre que ama por temas tan intrascendentes que, aún siendo importantes, afrontaría sin ponerse tan histérica ni faltarle el respeto o herir su sensibilidad. Y siempre acaba preguntándose "¿por qué no es todo el tiempo el tipo maravilloso que me enamoró? ¿por qué de repente se vuelve tan odioso?"

Pues sucede que 40 años antes, él se preguntaba lo mismo cuando su madre le castigaba de un modo tan agresivo sin que él entendiera el motivo. Él tenía 3 o 4 años y no podía entender que su madre, el amor de su vida, unas veces le cuidara, le protegiera, le mimara, le hiciera reír, le tratara como un príncipe y que otro día, sin más, o por cualquier chorrada, le ignorase, le mirase sin amor, le insultase, le gritase con los ojos llenos de odio, le castigase, le dijese que era malo, que la molestaba, que ya no le quería o que pasaba de él. Él no tenía edad para entender que su madre mostraba esas reacciones porque padecía un trauma afectivo contraído a su misma edad, que le provocaba unas crisis periódicas en las que sentía que el mundo entero estaba contra ella y que debía castigarlo, como único modo de hacer justicia y calmar su ansiedad. Entonces, también el niño se preguntaba "¿por qué mi mamá no es todo el tiempo la mujer maravillosa que me enamora? ¿por qué de repente se vuelve tan odiosa?"

La psicologia actual ha observado y advierte de que un trato afectivo inconstante en la infancia, puede generar un trauma en el niño que se convierta en un trastorno de la personalidad. Hay trastornos sobradamente conocidos que responden a un trato inadecuado más o menos evidente sumado a algún condicionante biológico o genético. Sin embargo, el trastorno que nos atañe, el de los celos patológicos agresivos, sean o no sean visibles en el adulto afectado, responde a un trato afectivo inconstante MUY HABITUAL, tolerado y sutil. El niño de nuestro ejemplo no padece, de hecho, ningún trastorno invalidante, pues puede mantener un trabajo y una relación sin conflictos insalvables, sólo "los normales". El hecho de que no se le dé importancia a sus "enfados cotidianos", responde a que TODOS tenemos similares "enfados cotidianos", con mayor o menor intensidad. ¿Significa eso que, a pesar de que su intensidad resulte dañina para la autoestima de su pareja y a la larga para sí mismo, no nos enfrentamos a un trastorno? No. Significa que (casi) TODOS tenemos el germen de este trastorno, pero que unos lo han desarrollado con mayor intensidad y otros con menor.

El afectado de nuestro ejemplo alberga un trauma afectivo en el subconsciente contraído en su primera infancia y generado en la relación con su madre, la persona más importante para él en ese momento, que acabará trasladando a la relación con la siguiente persona más importante de su vida, su pareja. Y repetirá los mismos patrones sin darse cuenta. Por una parte, conservará un lado bueno, sano y equilibrado, desarrollado cuando su madre permanecía en "estado normal" y lo trataba bien, estimulando sus potenciales y su autoestima correctamente. Pero por otra, albergará también un lado malo, herido e inestable, desarrollado cuando su madre entraba en "estado de crisis" y lo trataba mal, golpeando su autoestima y su seguridad afectiva. Es probable que las crisis de este hombre se repitan con similar frecuencia con que le sucedían a su madre, pues esos hábitos también se mimetizan inconscientemente, más aún cuando se trata de sucesos tan impactantes para un niño.

Finalmente, el entrar en crisis acabará siendo una necesidad casi biológica para el afectado, pues el hecho de padecer la inseguridada afectiva responsable de los celos patológicos que le despiertan paranoias acerca de la maldad de su pareja y el hecho de haber aprendido también de un modo traumático que "lo malo" no puede quedarse sin castigo, generarán en el afectado una tensión por ver cumplido el castigo sobre tal maldad, que esa energía contenida en forma de ansiedad, resultará insoportable hasta ver satisfecho su impulso castigador. Probablemente, como sucede a menudo, el afectado no relacione su estado de crisis con un proceso subconsciente, sino que lo achacará a una provocación externa y, como también sucede a menudo, no lo vinculará a una sospecha irracional suya, sino que pensará que es por algo objetivo y justificado. Entonces, si no ve una traición objetiva por parte de su pareja, la excusa para explotar será cualquier otra: la ventanilla del coche bajada, el aire acondicionado a tope, el mando de la tele, etc. Pero su enfado será absolutamente desproporcionado a la razón que argumentará para ejercer ese castigo.

Y todo... por un trastorno de la personalidad que no sabe que padece y que tiene a los celos, explícitos o implícitos, como su síntoma más importante.

Esto es parte de lo que Araceli Santalla explica en su libro y que en la Asociación VISC hemos aprendido para empezar a mejorar la vida y las relaciones de los afectados. Pero que alguien me diga si merece o no merece contrastarse esta teoría.