miércoles, 20 de febrero de 2013

ÓSCAR PISTORIUS

Antes de saber a ciencia cierta si Óscar Pistorius es culpable del asesinato premeditado de su novia, la modelo Reeva Steenkamp el día de San Valentín y ante los indicios que apuntan que el crimen pudo cometerse por celos, podemos comentar algo al hilo de las preguntas que ha suscitado un hecho tan inesperado: ¿porqué alguien que ha triunfado en la vida, con un espíritu de superación indiscutible y con tanto que perder, mata a su pareja de 4 disparos? Que lo haya hecho adrede o sin querer, como alega este atleta sin piernas, no impide analizar por qué puede hacerlo intencionadamente alguien de su perfil. Y eso incide en la necesidad de estudiar en profundidad la biografía de hombres y mujeres que llegan a estos extremos, pero no la reciente, sino la antigua, la de sus primeros años, esa que ya casi no recuerdan. Porque como afirman los últimos estudios sobre salud mental, lo más determinante de nuestra vida pasa en la primera infancia, desde el vientre materno hasta los 5 años, aproximadamente.

Lógicamente, ni yo, ni probablemente este corredor sudafricano, sabemos qué incidentes de importancia pasaron en su primera infancia capaces de explicar un cruzamiento de cables tan terrible, por tanto, me concedo la licencia de especular sobre ella a la luz de nuestra teoría sobre el origen de la personalidad maltratadora, confiando que sirva, al menos, para entender casos similares. Según esta teoría, en la infancia de un agresor celoso han de darse 4 condicionantes: 1º) que tenga una alta sensibilidad neurológica que lo vuelva psicológicamente más vulnerable a un trato inadecuado; 2º) que su progenitor más próximo le dé un trato de amor/odio que le genere una inseguridad afectiva traumática, responsable de los celos patológicos adultos respecto al nuevo “amor de su vida”; 3º) que haya sido castigado con frecuencia (no necesariamente con agresiones físicas) sin mediar proporción ni reflexión, de manera impulsiva, fijando en él este mismo impulso; 4º) que haya visto a sus padres tratarse mal, con agresiones verbales o físicas, sin que ninguno le explique después que ese trato es inadecuado, cosa que le hará concebir el tratar de igual modo a su futura pareja.

La confluencia de estos 4 elementos en la infancia de una persona, sin que falte ninguno de ellos, explicarían el desarrollo de un trastorno agresivo y celoso compatible con el perfil de alguien que, sin haber demostrado públicamente una personalidad conflictiva, es capaz de matar a su pareja ante la unión temporal de dos circunstancias: a) que esté atravesando un estado de crisis (los maltratadores alternan estados de normalidad con estados de crisis, caracterizados por una gran ansiedad, paranoias de traición y/o celos e impulso castigador); b) que se revele alguna información que alimente o confirme las sospechas del celoso y/o que su pareja amenace con dejarle.

Estos 2 hechos a la vez bastarían para que alguien que ha experimentado en su infancia los 4 elementos descritos más arriba, estalle contra su pareja de un modo desproporcionado, claramente patológico. Sí que hemos observado que esos 4 elementos no suelen presentarse en adultos con una infancia en la que, presumiblemente, se les ha estimulado y prestado una atención adecuada en el sentido más pedagógico. Tan adecuada como para hacerle superar el “complejo” de carecer de piernas y alimentar el coraje que lo acabe llevando a competir en unas Olimpiadas junto a corredores con piernas. Esto es lo más desconcertante del caso Pistorius. Por eso, aunque sabemos de casos de familias aparentemente estructuradas que han impartido una educación demasiado castigadora, generando estas personalidades maltratadoras, el de la familia de Pistorius, por lo que he extraído de la prensa y por el propio ejemplo de superación que ha sido este atleta, hace que crea encontrarme ante una excepción.

Pero faltaría averiguar si estamos ante un hombre especialmente sensible cuya madre, por debilidades y traumas propios, le dio un trato de amor/odio que despertó su inseguridad; si fue castigado por todo lo que hacía mal o dejaba de hacer bien desde su más tierna infancia; y si vio a sus padres tratarse mal o, incluso, escuchó un “te voy a matar”, para hacerle concebir, inconscientemente, el matar a su pareja. Tampoco es tan improbable. Cuando dispongamos del test capaz de identificar estos 4 elementos en la infancia de un agresor, quizá llegue algún día bajo el boli de Óscar Pistorius y un psicólogo pueda decir: ahora sí sabemos por qué pasó lo que pasó con este chico. O bien, que dicho test descarte este trastorno afectivo y fortaleza la sospecha de que otros factores incidieron en el crimen, por ejemplo, el consumo de sustancias dopantes que incrementan la agresividad. Está por ver.

viernes, 9 de noviembre de 2012

La mejor protección de la víctima: quitar al agresor sus ganas de matar

¿Cómo protegemos a alguien de una persona dispuesta a matarla y suicidarse después? Parece obvio que endurecer las penas no intimida a este perfil de maltratador. Quizá habrá quien piense que el atentado de las Torres Gemelas se pudo haber evitado, pero ¿cómo detienes a alguien sin antecedentes que tiene el firme y fanático propósito de matar como un kamikaze? Si bien en la Asociación VISC rechazamos equiparar la violencia de pareja con el terrorismo, porque son fenómenos estructuralmente distintos, sí podemos comparar la determinación íntima del asesino que atenta por una causa religiosa con la determinación íntima de un maltratador que mata a su pareja por una causa que para él, en el momento del crimen, se vuelve más importante que cualquier ley: el impulso neurótico de castigar lo malo. A menudo pensamos que la denuncia es la única herramienta que tenemos para proteger a una maltratada, pero ni con eso logramos garantizar su seguridad. Recordemos a las 7 víctimas de este año que sí habían denunciado. Y aún así, tras cada suceso, autoridades y políticos repiten la misma letanía: que denuncien, o ellas o sus familiares y vecinos. Así cargamos toda la responsabilidad de esta muerte sobre la propia víctima y su entorno. Y en realidad, deberíamos admitir que ofrecemos una ayuda muy limitada y defectuosa cuando sólo somos capaces de hacer algo, y no siempre eficaz, cuando una mujer denuncia.

Les invitamos pues a hacer algo distinto. Como ya no podemos salvar a las 40 mujeres que han muerto este año ¿qué haremos a partir de ahora por las mujeres que, con previsiones realistas, morirán el año que viene si nada lo impide? ¿Lo mismo de siempre? Un sabio decía que no puedes obtener resultados diferentes haciendo lo mismo una y otra vez. En la Asociación VISC tenemos varias ideas, algunas de las cuales ya ponemos en práctica y representan un enfoque diferente:

VISC es una asociación de afectados por la violencia de pareja sin distinción de género con 3 objetivos básicos:

• Asesorar a las víctimas sobre cómo enfrentar con seguridad una relación violenta, tanto si deciden separarse, como si no.
• Obtener información sobre la personalidad maltratadora para favorecer la investigación de terapias específicas eficaces.
• Orientar a los agresores que desean cambiar sobre el funcionamiento de su trastorno, pues la consciencia contribuye a un mayor control.

¿Por qué nos centramos en los CELOS?

• Es el síntoma más común a agresores y agresoras
• No hay terapias eficaces contra los celos patológicos agresivos, cosa que explicaría el bajo éxito de los protocolos de reinserción.
• No existen asociaciones contra los celos y esto desampara a los celosos y a sus parejas que sufren por este problema y no encuentran ayuda gratuita para enfrentarlo.
• Muchas víctimas no reconocen un problema de maltrato, pero sí de celos agresivos, de modo que al contactar con nosotros visibilizan su situación y acceden a un primer asesoramiento para escapar a salvo de esa relación.

¿Qué propuestas concretas hacemos a los gobiernos para contribuir a una protección más eficaz de las víctimas?

1º) Que se continúe con las políticas de igualdad pero respetando el artículo 14 de la Constitución, sin discriminaciones por sexo.
2º) Que se abran centros de investigación y tratamiento centrados en combatir la personalidad maltratadora o que se habiliten módulos en prisión con ese fin.
3º) Formar a ex maltratadas como mediadoras en acogida y acompañamiento de nuevas víctimas.
4º) Organizar y estimular concursos públicos anuales de propuestas contra la violencia de pareja
5º) Habilitar teléfonos de información sobre celos patológicos donde se atienda a agresores y víctimas de ambos sexos.
6º) Editar folletos de información para padres incidiendo en la prevención del trato que genera personalidades maltratadoras.
7º) Diseñar nuevas propagandas de concienciación dirigidas a agresores y víctimas para motivarlos, de un modo pedagógico, a buscar ayuda, recordando que la víctima quiere ayudar a su agresor, no denunciarle. Sólo de este modo, la víctima accederá con más facilidad a visibilizar su situación.

Para terminar, les invitamos a reflexionar sobre lo difícil que es ganar cualquier batalla si desconocemos la psicología de nuestro enemigo. Y en esta batalla nos hemos equivocado de enemigo, que no es tanto la persona como un cúmulo de anomalías psicológicas que habitan en su cabeza. Si además, olvidamos que esas personas también tienen un lado bueno, el lado del que se enamoran las maltratadas, estamos combatiendo desarmados y desorientados en esta guerra. Al maltratador hay que presuponerle un lado bueno, no por compasión, sino por inteligencia y prudencia, porque si no contamos con él, desconocemos su psicología y por tanto, no podemos diseñar protocolos de seguridad eficaces, ni leyes ni propagandas capaces de interpelarlo, pero tampoco nos entenderemos con la maltratada, a la que tratamos de estúpida por enamorarse de un monstruo. Ahora mismo se están dando palos de ciego porque ni hablamos el lenguaje de la maltratada ni del maltratador. Y pasará lo de siempre: que dejamos sin freno la ley interior del agresor que le lleva a castigar lo que su criterio paranoico considera malo, primero a su pareja y después a sí mismo, una vez comprende, con su lado bueno, la barbaridad que ha hecho.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

¿POR QUÉ NO SE SUICIDAN ANTES? (SEGÚN ARACELI SANTALLA)

Hace tiempo que no escribo y no es por falta de contenidos, que ojalá, sino por falta de tiempo. Sin embargo, desde una red social me han invitado a leer un artículo en otro blog sobre “Por qué no se suicidan antes” los maltratadores. Antes de matar y no después de hacerlo, claro está. En diversos foros he expresado mi punto de vista al respecto, así como en mi libro “El machismo no es el problema”, pero creo que vale la pena recordarlo, porque un problema tan serio merece tratarse desde todas las perspectivas posibles para, entre todos, ser más eficaces en su erradicación. Adjunto el link al artículo que me ha motivado a escribir de nuevo por si queréis contrastar enfoques: http://especialistaenigualdad.blogspot.com.es/2012/09/por-que-no-se-se-suicidan-antes.html Desde el respeto que merece cualquier esfuerzo que se haga por la lucha contra la violencia de pareja, hago este análisis, confiando que depure y no que enturbie las aguas donde navegamos quienes, por unos motivos u otros, abordamos este complejo fenómeno. En primer lugar, recuerdo que la experiencia que me tiene 12 años investigando y trabajando contra esta lacra es el haber convivido con un maltratador. En segundo lugar, informar que este maltratador en concreto, forma parte de una tipología de maltratadores que, siendo en mayor o menor medida conscientes de su problema, no han encontrado recursos reeducativos o terapéuticos útiles al servicio de su voluntad de cambiar. Pero también entran en esta tipología, hombres y mujeres afectados por celos patológicos agresivos que, siendo o no conscientes de su patología, carecen de recursos psicológicos con que manejarla correctamente. Hoy en día, para una persona maltratadora, hombre o mujer que todavía no ha delinquido, no hay ningún centro donde acudir gratuitamente para remitir sus impulsos agresivos y las paranoias que los alimentan. Sólo tenemos el parche de la cárcel cuando suele ser demasiado tarde. Y como no hay NADA para ayudar a la porción de agresores que sí querrían cambiar, lo que hace la sociedad (y sus altavoces, los medios de comunicación) es meterlos a TODOS en el mismo saco para patalearlo sin piedad como único remedio. Es la postura más vistosa y popular: convertirnos a todos en verdugos de un colectivo criminal, como si estuviera organizado, como si fuera un grupo terrorista, cuando nada hay más alejado de la realidad, si es que pretendemos abordar el tema con criterios medianamente científicos. Existe una tipología de agresores (yo propongo una en mi libro, aunque hay distintas de otros autores) que debería tenerse en cuenta antes de juzgar a bulto a cualquier hombre que maltrata o mata a una mujer. Porque a veces no es por machismo, cuando por ejemplo, las motivaciones últimas fueran compatibles con la agresión que una mujer pudiera propinar a un hombre. A menudo se fuerzan los argumentos para explicar un crimen de hombre vs mujer y hacerlo encajar con la teoría del machismo, cuando lo más científico sería analizarlo objetivamente y vincularlo a la tipología de agresión que corresponda, sin que medien ideologías predeterminadas. Esa es una de mis premisas para empezar a hablar con propiedad en este contexto. Dicho esto, veamos por qué un maltratador se suicida después de matar y no antes. Pero veámoslo desde su realidad, no desde la nuestra. Como explico en mi libro, la tipología de agresores que he estudiado coincide en 4 condicionantes educativos y neurológicos que se dieron en su primera infancia: 1) La inseguridad afectiva traumática, fruto de un trato intenso de amor/odio por parte del progenitor más próximo (origen de los celos patológicos); 2) El impulso de castigar lo malo, fruto de haber sido castigado sin proporción ni criterio y de un modo impulsivo y sistemático por todo lo que un adulto consideraba que él hacía mal o dejaba de hacer bien. Así es como aprenden a castigar TODO lo que ellos consideren malo y necesitarán hacerlo neuróticamente para cerrar el círculo del castigo inapelable que recibían en su infancia. Su máxima consciente: “Todo lo malo tiene que castigarse”. Su máxima inconsciente: “El castigo será proporcional a mi dolor”; 3) La ruptura de barreras psicológicas de NO-agresión, fruto de haber sido testigo de maltrato entre sus padres. Esta experiencia rompe la barrera positiva que tenemos quienes no hemos visto maltrato entre nuestros padres. El hecho de que en casa se haga mención asidua al suicidio, al “te mato”/”me mato”, o que haya antecedentes familiares de suicidas, también romperá la barrera que a una persona sana le impide concebir el suicidio; 4) Una sensibilidad neurológica considerablemente alta, aspecto biológico innato que los hace más vulnerables a cualquier tipo de impacto emocional, tanto negativo como positivo. Sabiendo la existencia e importancia de estos 4 elementos, presentes en muchas personas, pero con mayor intensidad en las agresoras de pareja, habría que saber cómo funciona nuestra mente ante la actividad o inactividad del trauma afectivo que esos 4 elementos representan: Está inactivo cuando atravesamos el estado normal, momento en que gobiernan nuestra conducta la autoestima y los recursos positivos que hemos desarrollado. Además, hay diversos estímulos externos que contribuyen a fortalecer esa autoestima y, por tanto, nuestra estabilidad emocional: la pareja, el trabajo, los amigos, los hobbies, la familia, los vicios, recibir premios o halagos, etc. El estado de crisis se inicia, pues, cuando el trauma “despierta”. Entonces, quien gobierna nuestra conducta es toda la información negativa que hemos aprendido, los 4 elementos antes citados y que se traducen en las típicas paranoias sobre la infidelidad de nuestra pareja o sobre las ganas que tienen todos de hacernos daño, las ideas sobre la necesidad de defendernos y la justicia de castigarles, etc. El trauma ocupa ahora el espacio que antes ocupaba la autoestima, de modo que el afectado se siente víctima de todo tipo de ofensas, desprecios y traiciones. Lo peor es que su conducta en ese momento en que empieza a castigar a su pareja o allegados considerándolos culpables de su malestar, hace que precisamente esos elementos externos que antes fortalecían su autoestima, ahora se alejen. Uno de ellos será su pareja, si ella así lo decide. Ese hecho, si se produce cuando el agresor permanece en ESTADO DE CRISIS, contribuirá a un mayor hundimiento anímico, pues desaparecerá una porción muy relevante en el sostén de su debilitado equilibrio. Es entonces cuando este afectado es más peligroso e imprevisible, pues VE CONFIRMADAS SUS SOSPECHAS de que su pareja planeaba traicionarle, que por lo tanto, ES MALA, y en consecuencia, merece un castigo proporcional al daño que ha causado. Y como el dolor del maltratador es patológico y subjetivo, no guarda proporción ninguna con la ofensa de la que se cree víctima. Su castigo será, pues, DESPROPOCIONADO. Distinto será su proceso mental cuando la olla ha explotado y ha liberado toda su tensión, posiblemente, habiendo asesinado a su pareja en su frenético impulso castigador. Es entonces cuando el agresor recupera el ESTADO NORMAL y observa objetivamente el daño que ha causado. Y se da cuenta, además, que con ese arrebato, ha perdido de golpe todos los estímulos que alimentaban su instinto de supervivencia y su autoestima: a su pareja, su trabajo, su casa, su familia, sus amigos, sus vicios, los premios, los abrazos, la libertad, TODO (pues no los disfrutará en prisión). Valorado que sólo él ha sido el culpable de tal desastre, volverá el ESTADO DE CRISIS y es entonces cuando se activará de nuevo el mecanismo del IMPULSO DE CASTIGAR LO MALO. Esta vez, contra sí mismo, pues TODO LO MALO TIENE QUE CASTIGARSE. Ahí se produce el suicidio, como respuesta a una fórmula casi matemática: (Adjunto imagen “Fórmula del suicida en la violencia de pareja”) ¿Por qué no se suicida antes? Debemos recordar que el instinto más poderoso del ser humano no es ni la felicidad, ni la comodidad, ni el progreso, ni la fama, ni la dominación, ni el poder, ni siquiera la venganza. El instinto más poderoso de todo ser humano o animal es la SUPERVIVENCIA. Por tanto, no comprendo que se interprete alegremente que una persona en sus cabales se suicida porque ha perdido el sentido de su vida, que era dominar a otra persona. Si dominar fuera el sentido de su vida, puede seguir ejerciéndolo con otros presos, con la familia que lo visite, con los terapeutas o funcionarios que lo traten, o de nuevo con las parejas que tendrá una vez cumpla su pena. Pero ese consuelo no existe en el maltratador suicida porque no era esa su motivación última. Algo realmente patológico sucede, pues, en la mente de un ser humano que reúne las fuerzas suficientes para resistir nuestro impulso más poderoso y se arranca la vida. Veamos un ejemplo peculiar: el del hombre que recientemente se suicidó en una comisaría de Torrent (Valencia) después de amenazar a su exmujer con matarla y encontrarse, cuchillo en mano, golpeando su puerta con la decidida intención de acabar con ella y con sus padres, “por hacerle la vida imposible” según vociferaba (alentado por sus paranoias). Afortunadamente esa puerta no se abrió y la policía llegó a tiempo para detenerlo. En el calabozo, mientras se abrían diligencias, los agentes se aseguraron de cumplir el protocolo antisuicidios, quitándole cualquier objeto con que pudiera autolesionarse. Por la noche lo visitaron y estaba bien. Sin embargo, de madrugada, este hombre había fabricado una soga con su propia camiseta y se había colgado hasta morir. Pocas veces se habrá visto una determinación tan irrefrenable como ésta para suicidarse en alguien que no da con el perfil más previsible de agresor suicida, al no haber consumado el crimen. Desde mi perspectiva, este hombre no encaja en esa fórmula oficial del suicida que pierde su objeto de dominación. Él ya la había perdido tiempo atrás, pues ya no convivían. Y se suicidó sin haber logrado siquiera levantar frente a ella su cuchillo. La respuesta a ¿por qué se suicidó este maltratador? es, pues, mucho más interesante e ilustrativa sobre cómo funciona esta patología. Una interpretación más profunda, coherente con la fórmula del gráfico, sería que se suicidó porque una vez superado el arrebato inicial, atravesó un tiempo, quizá unas horas, el ESTADO NORMAL en que observó horrorizado la masacre que estuvo apunto de cometer y comprendió entonces que EL MALO ERA ÉL. Y como no puede haber maldad sin castigo, en el siguiente estado de crisis, EL CASTIGADO DEBÍA SER ÉL. Estos agresores se matan, en definitiva, porque la cárcel les parece poco. En todo caso, antes de juzgar las intenciones de un suicida, ni las de nadie, deberíamos indagar en su biografía, pues nos revelaría que TODO TIENE UN PORQUÉ. Y es que, como dijo un sabio “si pudiéramos leer la historia secreta de nuestros enemigos, hallaríamos en ella penas y sufrimientos suficientes para desarmar toda nuestra hostilidad.”. Y a quien me diga que mis argumentos pueden servir de justificación o disculpa, les respondo que no, que nunca dije que no deben cumplir la pena de cárcel que corresponda a su delito, pues es el modo más seguro de detenerlos. No obstante, averiguar el porqué de su comportamiento sí debe servir para intervenir mejor en la prevención, la detección precoz y la recuperación efectiva de todos los afectados, evitando que siga habiendo vidas amenazadas por ellos. Araceli Santalla www.aracelisantalla.com

jueves, 2 de febrero de 2012

¡NO A LA GUERRA! ... de sexos.

Sé que posicionarse en medio de dos posturas puede interpretarse como tibieza, inseguridad, interés, o qué se yo. Es como ser de centro: nunca he conocido a un fanático de centro. Y España lleva años partida en dos sin ningún grupo capaz de conciliarnos, pues parece que nos mueva más el radicalismo, no sé si será cosa de la sangre latina. Lo que preocupa más, en cualquier caso, es que se esté alimentando otra guerra, la de sexos, pero ya no por la defensa legítima de unos derechos vulnerados, sino más bien a raíz de los errores e injusticias que se producen en la lucha contra la violencia de pareja. Unos y otras, hombres y mujeres, encendidos por ser víctimas o simpatizantes de víctimas de la agresión de una persona, mimetizan el móvil de la agresión con la condición sexual del agresor y sus supuestas ventajas por pertenecer a determinado género. Y ya la tenemos montada. Ellas se creen las víctimas permanentes de una historia patriarcal y ellos, las nuevas víctimas de la superprotección que, de un tiempo a esta parte, disfrutan ellas. Y cada uno, para victimizarse todavía más y desprestigiar en lo posible la postura ajena, buscan los apelativos más avergonzantes: feminazis y neomachistas. ¿Puede haber paz ante tal enrocamiento? Será difícil, pero espero que sí. De hecho, me sitúo en la postura central, la de quienes trabajamos activamente por una igualdad real, pero sin cortar cabezas, por el camino del diálogo amistoso. Y es que un encuentro entre ambos frentes implica tener la cordura suficiente para no emplear términos que comparen a la otra parte con algo tan fuerte como el nazismo, ni catalogar a todo hombre de machista por defender su presunción de inocencia (y la de otros hombres) que, en casos de denuncia falsa queda, simplemente, desterrada.

Hemos de reconocer que el feminismo ha sido bueno y necesario en tiempos en que la mujer no disfrutaba de los mismos derechos que los hombres, y que aquellas feministas han de ser reconocidas en sus méritos contextuales. Lo que no tiene sentido es que exista, hoy en día, un feminismo “radical”, cuando la mujer disfruta, salvo excepciones que la ley se encarga de combatir, de grandes ventajas en caso, por ejemplo, de divorcio, disputa conyugal o malos tratos. Pero también hemos de advertir que el feminismo radical de hoy es un resquicio de nostálgicas de aquellos tiempos condenado a morir y que quien hoy en día lo abandera es una minoría muy ruidosa, pero minoría. El problema es que se le ha dado poder ante el vacío de propuestas eficaces contra la violencia de pareja. Porque se han presentado como enfoque salvador de la mujer maltratada y nadie más lo ha hecho.

Qué pasa, que ante ese vacío, estas pocas radicales han acaparado todas las ayudas y por ende, todos los apoyos en pro de la causa. Y con ello, han despertado la confianza de muchísimas mujeres de a pie y profesionales, que han adquirido una formación acaparada por sus tesis. Y estas mujeres arrastradas por la inercia y el apoyo institucional, no son culpables de transmitir un enfoque equivocado, porque es el enfoque “institucional”. Por tanto, nadie va a sacarlas de su error llamándolas feminazis o fundamentalistas. Porque ellas, personalmente, no han creado esa ideología. Simplemente la han absorbido del contexto contaminado que las radicales alimentan. Pero esas mujeres, esas profesionales, psicólogas, trabajadoras sociales, asistentas, abogadas que han acudido a cursos para mejorar su capacidad de ayudar a maltratadas, no pueden ser metidas en el mismo saco que aquéllas. Simplemente hemos de ofrecer, sin resentimientos ni agresiones dialécticas, un enfoque razonable, fundamentado, lógico y compatible con la lucha contra la violencia de pareja. Un enfoque que todas esas personas, mujeres y hombres, formados en el enfoque institucional, puedan comprender y asimilar como más justo con todos.

Hombres y mujeres nos necesitamos y una guerra entre ambas partes nunca tendrá vencedores. Así que bajemos los humos un poquito. Propongo, pues, a todos los lectores de este blog que NUNCA MÁS vuelvan a usar los apelativos feminazi o neomachista para atacar al que ha sido formado de otro modo. Que seamos bisagra, que no veamos enemigos en cualquiera que no piensa exactamente como nosotros, porque el otro, simplemente, puede estar equivocado, sin tener ninguna intención oscura de dominación sobre el sexo contrario. Aunque hayamos sido heridos por el otro, devolver la lanzada no va a curar nuestra herida. Vamos a liberar la rabia hacia otro lado y vamos a reunir toda la sabiduría, la inteligencia, la paciencia y la cordura que una paz tan importante requiere, para dar, siquiera, un ejemplo útil a los que vienen detrás.

sábado, 22 de octubre de 2011

Intervención de Araceli Santalla en Getafe Negro 2011 - Mesa redonda sobre violencia de género

No es la primera vez que hablo en público sobre mis propuestas para el fin de la violencia de pareja, pero créanme que cada vez que lo hago, me gustaría que fuera la última. Porque eso significaría que los medios emprendidos para acabar con esta lacra empiezan a funcionar y ya no es necesario defender enfoques alternativos que podrían dar mejores resultados. Si estoy aquí, si sigo presidiendo una Asociación y sigo yendo donde me llaman a ofrecer lo que sé de forma altruista es, pues, un mal síntoma. Estoy segura, además, que quienes se dedican profesionalmente a esto, como políticos, jueces, abogados, policías, psicólogos, asesores o asistentes de asesores, preferirían perder su trabajo a cambio de ser testigos y quizá partícipes del fin de esta epidemia.
Dispongo de información para aportar claves fundamentales en ese sentido, pues el haber convivido con un maltratador consciente de serlo me da unos argumentos que nadie ajeno a esa experiencia puede tener. Para empezar, les resumo la historia que hace peculiar mi perspectiva: Entre 2000 y 2001 conviví con un maltratador, como digo, consciente de su problema, sin embargo, eso no le permitía controlar ni sus paranoias ni su impulso castigador. Tenía cambios de personalidad muy radicales, pero no se le diagnosticó un trastorno concreto. Atravesaba estados normales y estados de crisis periódicos, de unas 3 veces al mes. En estado normal era un hombre equilibrado, respetuoso, divertido y trabajador que me quería sinceramente. Sin embargo, en estado de crisis, se volvía un hombre susceptible, intolerante, obsesivo y violento que me odiaba con toda su alma. Su consciencia de problema propio le permitía, casi siempre (que no siempre), tomar tranquilizantes antes de llegar al estado de ira. Y también le permitía dedicar el tiempo en que estaba “normal” a analizarse e inventarse terapias. Pero las crisis siempre volvían y la convivencia era cada vez más difícil. Aun así, la aproveché para recopilar datos sobre su conducta, su infancia y la relación con sus padres. Gracias a ello, tras separarnos y después de 11 años de investigación y formación, publiqué un libro con mis conclusiones.
Tratando este tema en un festival de novela negra y para inspiración de los autores que nos escuchan, debemos reconocer que la violencia de pareja es el mayor crimen sin resolver de la historia. A saber: miles de muertes violentas por todo el mundo en un mismo contexto, miles de detenidos y suicidados, miles de asesinos de ambos sexos con un modus operandi similar, miles de víctimas que se resisten a colaborar, miles de presos que no se reinsertan, miles de libros, miles de opiniones, miles de preguntas… y ninguna respuesta que permita cerrar el caso. ¿Qué detective se atrevería con esto? No muchos, pero estoy segura que su primera observación se posaría sobre los fallos cometidos que han impedido localizar al culpable, neutralizarlo y cerrar el caso. Y en primer lugar se centrarían, como es lógico, en el tipo al que señalan como culpable, que aquí no es un individuo, sino un defecto universal: el machismo.
Si me interrogaran como testigo, yo podría decir que el maltratador no es el espeluznante y calculador psicópata recurrido por tantos autores, y que no siempre es un machista sistemático. De hecho, ninguna mujer medianamente sana se enamoraría del mamarracho cruel y despreciable en que reducen al maltratador infinidad de libros y películas. Esos perfiles viscerales son un insulto a la inteligencia de cualquier maltratada a quien, implícitamente, la presuponen incapaz de advertir las artimañas de un timador sin escuela. Sin embargo, el público demanda personajes planos, identificables, malos y buenos sin dobleces. Y eso es lo que se les da: un villano absoluto en quien poder volcar sin remordimiento nuestros impulsos castigadores diarios, un malvado de muchas caras pero con un único móvil: el machismo. Por eso, en la trama fácil de cualquier noticia, película o novela, la violencia es “de género”, del género masculino contra el femenino, claro. Sin más complicaciones. Gran error.
Porque bajamos a la vida real y los profesores de instituto te cuentan cómo cada vez hay más chicas agresivas y controladoras con sus novios. O hablamos con el vecindario y en casa sí, casa no, la que lleva los pantalones con mano de hierro es la mujer. O consultamos a una Asociación como VISC, que combate la violencia por celos y nos revelan que reciben tantas consultas de mujeres como de hombres maltratados. La realidad no es siempre como nos la cuentan.
Yo les voy a hablar de los maltratadores de carne y hueso, los que he entrevistado durante este tiempo: lo que tienen en común todos ellos, al margen de su sexo, inteligencia o cultura, es el trato afectivo que recibieron en su primera infancia y que, sin lugar a dudas, fue inadecuado. Todos sabemos la trascendencia que tienen a esa edad los más sutiles impactos emocionales. Bastaría, pues, analizar los parámetros educativos y neurológicos que todos tuvieron en común para localizar el origen del problema. Y eso fue lo que yo hice. Así pues, son 4 los elementos comunes a la mayoría y suponen un trauma afectivo que en muchos casos degenera en trastorno de la personalidad. Y que nadie se sorprenda, pues sabemos que el maltratador común es un celoso patológico y que una patología es un tipo de enfermedad. Sólo que en estas personas, esa patología viene junto con otros síntomas que he identificado para demostrar que actúa como otros trastornos de la personalidad bien definidos. ¿La particularidad de éste? Que se manifiesta en crisis con una frecuencia distinta en cada persona, siendo inapreciables los síntomas en estado normal. Hay agresores que tienen 3 crisis al mes, pero hay otros que tienen 1 crisis cada 3 meses. De ahí que sea tan difícil detectar anomalía alguna, pues en estado normal (que es cuando acceden a visitar a un especialista) predomina en ellos su parte sana. Comprendan ahora lo difícil que le resulta a una maltratada abandonar a un hombre que la hace feliz 3 meses, por un día o dos que la hace infeliz. Ustedes sólo ven el suceso, pero nosotras hemos visto al hombre. Y un hombre es más complejo de lo que puede abarcar un titular brevemente desglosado a partir de un hecho sangriento. Para saber cómo siente y cómo piensa un maltratador, o hay que ser maltratador o hay que convivir con uno que sea consciente de serlo. Además, ¿desde cuándo hay dogmas en psicología?, ¿desde cuándo está todo descubierto en el cerebro humano? No hay impedimento teórico alguno para concebir nuevos trastornos, mucho menos en individuos tan imprevisibles y desconocidos como los maltratadores. El psiquiatra Valentín Barenblit, afirmaba en unas Jornadas Pro-Salud Mental, que “el maltratador de género sufre un trastorno mental severo que, además de afectar a la Justicia, compete especialmente a los responsables de la salud mental”.
¿Que por qué el machismo no es el problema? 1º) Porque las mujeres y los homosexuales no maltratan por machismo, 2º) porque está aumentando el fenómeno entre la juventud, en teoría más alejada de criterios patriarcales, 3º) porque hay más feminicidios en países del norte de Europa que en los del sur, 4º) porque existen casos en que hombres formados en igualdad maltratan a su pareja. Por cierto, leí de otro especialista que el maltratador no necesita terapia porque no padece ninguna enfermedad, que sólo necesita reeducación. Ahora escuchen esta noticia: En enero de 2006, en Ronda, un subinspector de policía mató a su ex pareja y se suicidó después. Pues este señor era representante policial de la mesa local contra la violencia de género y había impartido charlas sobre esta lacra. ¿Estaba o no estaba lo bastante reeducado? Que habrá zoquetes entre los maltratadores estoy segura, pero la mayoría saben perfectamente de lo ilegal e intolerable del maltrato. Sin embargo, saberlo racionalmente no les sirve para controlarlo. 5º) ¿Qué papel juega el machismo en todo esto?, El machismo es sólo el ambiente donde el verdadero problema se encuentra cómodo, donde vive más contenido. Siendo un trastorno vinculado a los celos, ocurre lo mismo que en una dictadura, donde mueren antes los rebeldes que los sumisos. En la dictadura de los celos pasa igual: muere antes quien se rebela. Por tanto, hay que combatir el machismo, sí, pero sin olvidar el trastorno celotípico que estalla violentamente ante la rebeldía y la libertad.
Señalar un trastorno como principal sospechoso de los crímenes de pareja no significa dar al maltratador un atenuante de su pena. Este agresor no mejora, sino que EMPEORA con el tiempo y como la seguridad de las víctimas es lo primero, no podemos soltar a un tipo así sabiendo que pasados 20 años estará peor. Por tanto, mientras no exista una terapia eficaz, no se puede liberar a un maltratador de alto grado. Obviamente, un objetivo ineludible para combatir esta lacra, será investigar esas terapias específicas y aplicarlas en prisión.
Este sería el eje de mi propuesta. Y disculpen mi impaciencia, pero es que no tenemos tiempo que perder en palabras vacías y posturismos políticos, porque mañana puede morir otra mujer que, de saber lo que yo sé, quizá podría salvarse. Porque de esta idea se derivan otras que agilizarán la prevención, la protección y la recuperación, haciendo más efectivos los protocolos por nuestra seguridad. Y aunque valoro las buenas intenciones de las leyes que se emprenden contra el maltrato, debo decir que, si bien son necesarias, no bastan. Y que ahora, del lado de quienes hemos sufrido el problema, les ofrecemos otra vía sobre la que trabajar, que no se está abordando por bloqueos ideológicos, pero que estoy segura, evitaría muchas muertes.
Crimen resuelto. Ahora está en otras manos cerrar el caso… o dejarlo abierto y seguir creyéndonos la historieta del machismo.

Texto leído ante asistentes y contertulios de la mesa redonda: Miguel Lorente (delegado del gobierno para la violencia de género), Inés parís (directora de cine), José María Gómez-Villora (Juez titular del Juzgado nº1 de Violencia sobre la Mujer de Valencia) y Carmen Chaparro (periodista y moderadora de la mesa).

sábado, 30 de julio de 2011

Cuando una persona mata otra del mismo sexo en una relación de pareja ¿qué violencia es?

El pasado 27 de Julio saltó en los medios el caso de un hombre, sargento de la Guardia Civil, que acribilló a su ex novio por celos y se suicidó. No encontré ningún medio que definiera el suceso como "otro caso de violencia doméstica, de pareja, familiar, de intragénero, etc". Se trataba como un homicidio curioso, morboso, si cabe, por la profesión del agresor. Sí se permitían la licencia, prohibida en casos de violencia hombre vs. mujer, de mencionar que el móvil fueron LOS CELOS. Este distinto tratamiento de los casos en función del sexo de la víctima no deja de sorprendernos en una sociedad donde nos llenamos la boca hablando de igualdad. Como sabéis y dada nuestra experiencia, en VISC no hacemos esta distinción, pues hemos comprobado que tan agresivos somos las mujeres como los hombres cuando un trastorno teñido de celos patológicos nos nubla la razón. Achacar al machismo unos casos y los celos a otros en función del sexo de la víctima, no solo es un disparate inaceptable desde una perspectiva científica, sino que nos sigue distrayendo de la verdad, de la génesis del problema. Y es que un gran número de maltratadores y maltratadoras lo son por un trastorno de la personalidad no definido vinculado a los celos patológicos, que funciona igual en ambos sexos. Por tanto, basta ya de emplear intereses e ideologías para abordar asuntos de índole psicológico. De haberse definido correctamente el trastorno de celos patológicos agresivos que padecía el sargento que asesinó a su ex novio, esta persona no portaría armas y quizá una vida se habría salvado. Y del mismo modo se beneficiarían las víctimas mujeres de hombres con el mismo perfil y las víctimas hombres de mujeres con este trastorno. Que no, señores, que no es el machismo, que es algo mucho más profundo, peligroso e imprevisible. Por eso exigimos que, de una vez por todas, se establezca para todos los casos el término VIOLENCIA DE PAREJA.