miércoles, 26 de septiembre de 2012

¿POR QUÉ NO SE SUICIDAN ANTES? (SEGÚN ARACELI SANTALLA)

Hace tiempo que no escribo y no es por falta de contenidos, que ojalá, sino por falta de tiempo. Sin embargo, desde una red social me han invitado a leer un artículo en otro blog sobre “Por qué no se suicidan antes” los maltratadores. Antes de matar y no después de hacerlo, claro está. En diversos foros he expresado mi punto de vista al respecto, así como en mi libro “El machismo no es el problema”, pero creo que vale la pena recordarlo, porque un problema tan serio merece tratarse desde todas las perspectivas posibles para, entre todos, ser más eficaces en su erradicación. Adjunto el link al artículo que me ha motivado a escribir de nuevo por si queréis contrastar enfoques: http://especialistaenigualdad.blogspot.com.es/2012/09/por-que-no-se-se-suicidan-antes.html Desde el respeto que merece cualquier esfuerzo que se haga por la lucha contra la violencia de pareja, hago este análisis, confiando que depure y no que enturbie las aguas donde navegamos quienes, por unos motivos u otros, abordamos este complejo fenómeno. En primer lugar, recuerdo que la experiencia que me tiene 12 años investigando y trabajando contra esta lacra es el haber convivido con un maltratador. En segundo lugar, informar que este maltratador en concreto, forma parte de una tipología de maltratadores que, siendo en mayor o menor medida conscientes de su problema, no han encontrado recursos reeducativos o terapéuticos útiles al servicio de su voluntad de cambiar. Pero también entran en esta tipología, hombres y mujeres afectados por celos patológicos agresivos que, siendo o no conscientes de su patología, carecen de recursos psicológicos con que manejarla correctamente. Hoy en día, para una persona maltratadora, hombre o mujer que todavía no ha delinquido, no hay ningún centro donde acudir gratuitamente para remitir sus impulsos agresivos y las paranoias que los alimentan. Sólo tenemos el parche de la cárcel cuando suele ser demasiado tarde. Y como no hay NADA para ayudar a la porción de agresores que sí querrían cambiar, lo que hace la sociedad (y sus altavoces, los medios de comunicación) es meterlos a TODOS en el mismo saco para patalearlo sin piedad como único remedio. Es la postura más vistosa y popular: convertirnos a todos en verdugos de un colectivo criminal, como si estuviera organizado, como si fuera un grupo terrorista, cuando nada hay más alejado de la realidad, si es que pretendemos abordar el tema con criterios medianamente científicos. Existe una tipología de agresores (yo propongo una en mi libro, aunque hay distintas de otros autores) que debería tenerse en cuenta antes de juzgar a bulto a cualquier hombre que maltrata o mata a una mujer. Porque a veces no es por machismo, cuando por ejemplo, las motivaciones últimas fueran compatibles con la agresión que una mujer pudiera propinar a un hombre. A menudo se fuerzan los argumentos para explicar un crimen de hombre vs mujer y hacerlo encajar con la teoría del machismo, cuando lo más científico sería analizarlo objetivamente y vincularlo a la tipología de agresión que corresponda, sin que medien ideologías predeterminadas. Esa es una de mis premisas para empezar a hablar con propiedad en este contexto. Dicho esto, veamos por qué un maltratador se suicida después de matar y no antes. Pero veámoslo desde su realidad, no desde la nuestra. Como explico en mi libro, la tipología de agresores que he estudiado coincide en 4 condicionantes educativos y neurológicos que se dieron en su primera infancia: 1) La inseguridad afectiva traumática, fruto de un trato intenso de amor/odio por parte del progenitor más próximo (origen de los celos patológicos); 2) El impulso de castigar lo malo, fruto de haber sido castigado sin proporción ni criterio y de un modo impulsivo y sistemático por todo lo que un adulto consideraba que él hacía mal o dejaba de hacer bien. Así es como aprenden a castigar TODO lo que ellos consideren malo y necesitarán hacerlo neuróticamente para cerrar el círculo del castigo inapelable que recibían en su infancia. Su máxima consciente: “Todo lo malo tiene que castigarse”. Su máxima inconsciente: “El castigo será proporcional a mi dolor”; 3) La ruptura de barreras psicológicas de NO-agresión, fruto de haber sido testigo de maltrato entre sus padres. Esta experiencia rompe la barrera positiva que tenemos quienes no hemos visto maltrato entre nuestros padres. El hecho de que en casa se haga mención asidua al suicidio, al “te mato”/”me mato”, o que haya antecedentes familiares de suicidas, también romperá la barrera que a una persona sana le impide concebir el suicidio; 4) Una sensibilidad neurológica considerablemente alta, aspecto biológico innato que los hace más vulnerables a cualquier tipo de impacto emocional, tanto negativo como positivo. Sabiendo la existencia e importancia de estos 4 elementos, presentes en muchas personas, pero con mayor intensidad en las agresoras de pareja, habría que saber cómo funciona nuestra mente ante la actividad o inactividad del trauma afectivo que esos 4 elementos representan: Está inactivo cuando atravesamos el estado normal, momento en que gobiernan nuestra conducta la autoestima y los recursos positivos que hemos desarrollado. Además, hay diversos estímulos externos que contribuyen a fortalecer esa autoestima y, por tanto, nuestra estabilidad emocional: la pareja, el trabajo, los amigos, los hobbies, la familia, los vicios, recibir premios o halagos, etc. El estado de crisis se inicia, pues, cuando el trauma “despierta”. Entonces, quien gobierna nuestra conducta es toda la información negativa que hemos aprendido, los 4 elementos antes citados y que se traducen en las típicas paranoias sobre la infidelidad de nuestra pareja o sobre las ganas que tienen todos de hacernos daño, las ideas sobre la necesidad de defendernos y la justicia de castigarles, etc. El trauma ocupa ahora el espacio que antes ocupaba la autoestima, de modo que el afectado se siente víctima de todo tipo de ofensas, desprecios y traiciones. Lo peor es que su conducta en ese momento en que empieza a castigar a su pareja o allegados considerándolos culpables de su malestar, hace que precisamente esos elementos externos que antes fortalecían su autoestima, ahora se alejen. Uno de ellos será su pareja, si ella así lo decide. Ese hecho, si se produce cuando el agresor permanece en ESTADO DE CRISIS, contribuirá a un mayor hundimiento anímico, pues desaparecerá una porción muy relevante en el sostén de su debilitado equilibrio. Es entonces cuando este afectado es más peligroso e imprevisible, pues VE CONFIRMADAS SUS SOSPECHAS de que su pareja planeaba traicionarle, que por lo tanto, ES MALA, y en consecuencia, merece un castigo proporcional al daño que ha causado. Y como el dolor del maltratador es patológico y subjetivo, no guarda proporción ninguna con la ofensa de la que se cree víctima. Su castigo será, pues, DESPROPOCIONADO. Distinto será su proceso mental cuando la olla ha explotado y ha liberado toda su tensión, posiblemente, habiendo asesinado a su pareja en su frenético impulso castigador. Es entonces cuando el agresor recupera el ESTADO NORMAL y observa objetivamente el daño que ha causado. Y se da cuenta, además, que con ese arrebato, ha perdido de golpe todos los estímulos que alimentaban su instinto de supervivencia y su autoestima: a su pareja, su trabajo, su casa, su familia, sus amigos, sus vicios, los premios, los abrazos, la libertad, TODO (pues no los disfrutará en prisión). Valorado que sólo él ha sido el culpable de tal desastre, volverá el ESTADO DE CRISIS y es entonces cuando se activará de nuevo el mecanismo del IMPULSO DE CASTIGAR LO MALO. Esta vez, contra sí mismo, pues TODO LO MALO TIENE QUE CASTIGARSE. Ahí se produce el suicidio, como respuesta a una fórmula casi matemática: (Adjunto imagen “Fórmula del suicida en la violencia de pareja”) ¿Por qué no se suicida antes? Debemos recordar que el instinto más poderoso del ser humano no es ni la felicidad, ni la comodidad, ni el progreso, ni la fama, ni la dominación, ni el poder, ni siquiera la venganza. El instinto más poderoso de todo ser humano o animal es la SUPERVIVENCIA. Por tanto, no comprendo que se interprete alegremente que una persona en sus cabales se suicida porque ha perdido el sentido de su vida, que era dominar a otra persona. Si dominar fuera el sentido de su vida, puede seguir ejerciéndolo con otros presos, con la familia que lo visite, con los terapeutas o funcionarios que lo traten, o de nuevo con las parejas que tendrá una vez cumpla su pena. Pero ese consuelo no existe en el maltratador suicida porque no era esa su motivación última. Algo realmente patológico sucede, pues, en la mente de un ser humano que reúne las fuerzas suficientes para resistir nuestro impulso más poderoso y se arranca la vida. Veamos un ejemplo peculiar: el del hombre que recientemente se suicidó en una comisaría de Torrent (Valencia) después de amenazar a su exmujer con matarla y encontrarse, cuchillo en mano, golpeando su puerta con la decidida intención de acabar con ella y con sus padres, “por hacerle la vida imposible” según vociferaba (alentado por sus paranoias). Afortunadamente esa puerta no se abrió y la policía llegó a tiempo para detenerlo. En el calabozo, mientras se abrían diligencias, los agentes se aseguraron de cumplir el protocolo antisuicidios, quitándole cualquier objeto con que pudiera autolesionarse. Por la noche lo visitaron y estaba bien. Sin embargo, de madrugada, este hombre había fabricado una soga con su propia camiseta y se había colgado hasta morir. Pocas veces se habrá visto una determinación tan irrefrenable como ésta para suicidarse en alguien que no da con el perfil más previsible de agresor suicida, al no haber consumado el crimen. Desde mi perspectiva, este hombre no encaja en esa fórmula oficial del suicida que pierde su objeto de dominación. Él ya la había perdido tiempo atrás, pues ya no convivían. Y se suicidó sin haber logrado siquiera levantar frente a ella su cuchillo. La respuesta a ¿por qué se suicidó este maltratador? es, pues, mucho más interesante e ilustrativa sobre cómo funciona esta patología. Una interpretación más profunda, coherente con la fórmula del gráfico, sería que se suicidó porque una vez superado el arrebato inicial, atravesó un tiempo, quizá unas horas, el ESTADO NORMAL en que observó horrorizado la masacre que estuvo apunto de cometer y comprendió entonces que EL MALO ERA ÉL. Y como no puede haber maldad sin castigo, en el siguiente estado de crisis, EL CASTIGADO DEBÍA SER ÉL. Estos agresores se matan, en definitiva, porque la cárcel les parece poco. En todo caso, antes de juzgar las intenciones de un suicida, ni las de nadie, deberíamos indagar en su biografía, pues nos revelaría que TODO TIENE UN PORQUÉ. Y es que, como dijo un sabio “si pudiéramos leer la historia secreta de nuestros enemigos, hallaríamos en ella penas y sufrimientos suficientes para desarmar toda nuestra hostilidad.”. Y a quien me diga que mis argumentos pueden servir de justificación o disculpa, les respondo que no, que nunca dije que no deben cumplir la pena de cárcel que corresponda a su delito, pues es el modo más seguro de detenerlos. No obstante, averiguar el porqué de su comportamiento sí debe servir para intervenir mejor en la prevención, la detección precoz y la recuperación efectiva de todos los afectados, evitando que siga habiendo vidas amenazadas por ellos. Araceli Santalla www.aracelisantalla.com

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