sábado, 22 de octubre de 2011

Intervención de Araceli Santalla en Getafe Negro 2011 - Mesa redonda sobre violencia de género

No es la primera vez que hablo en público sobre mis propuestas para el fin de la violencia de pareja, pero créanme que cada vez que lo hago, me gustaría que fuera la última. Porque eso significaría que los medios emprendidos para acabar con esta lacra empiezan a funcionar y ya no es necesario defender enfoques alternativos que podrían dar mejores resultados. Si estoy aquí, si sigo presidiendo una Asociación y sigo yendo donde me llaman a ofrecer lo que sé de forma altruista es, pues, un mal síntoma. Estoy segura, además, que quienes se dedican profesionalmente a esto, como políticos, jueces, abogados, policías, psicólogos, asesores o asistentes de asesores, preferirían perder su trabajo a cambio de ser testigos y quizá partícipes del fin de esta epidemia.
Dispongo de información para aportar claves fundamentales en ese sentido, pues el haber convivido con un maltratador consciente de serlo me da unos argumentos que nadie ajeno a esa experiencia puede tener. Para empezar, les resumo la historia que hace peculiar mi perspectiva: Entre 2000 y 2001 conviví con un maltratador, como digo, consciente de su problema, sin embargo, eso no le permitía controlar ni sus paranoias ni su impulso castigador. Tenía cambios de personalidad muy radicales, pero no se le diagnosticó un trastorno concreto. Atravesaba estados normales y estados de crisis periódicos, de unas 3 veces al mes. En estado normal era un hombre equilibrado, respetuoso, divertido y trabajador que me quería sinceramente. Sin embargo, en estado de crisis, se volvía un hombre susceptible, intolerante, obsesivo y violento que me odiaba con toda su alma. Su consciencia de problema propio le permitía, casi siempre (que no siempre), tomar tranquilizantes antes de llegar al estado de ira. Y también le permitía dedicar el tiempo en que estaba “normal” a analizarse e inventarse terapias. Pero las crisis siempre volvían y la convivencia era cada vez más difícil. Aun así, la aproveché para recopilar datos sobre su conducta, su infancia y la relación con sus padres. Gracias a ello, tras separarnos y después de 11 años de investigación y formación, publiqué un libro con mis conclusiones.
Tratando este tema en un festival de novela negra y para inspiración de los autores que nos escuchan, debemos reconocer que la violencia de pareja es el mayor crimen sin resolver de la historia. A saber: miles de muertes violentas por todo el mundo en un mismo contexto, miles de detenidos y suicidados, miles de asesinos de ambos sexos con un modus operandi similar, miles de víctimas que se resisten a colaborar, miles de presos que no se reinsertan, miles de libros, miles de opiniones, miles de preguntas… y ninguna respuesta que permita cerrar el caso. ¿Qué detective se atrevería con esto? No muchos, pero estoy segura que su primera observación se posaría sobre los fallos cometidos que han impedido localizar al culpable, neutralizarlo y cerrar el caso. Y en primer lugar se centrarían, como es lógico, en el tipo al que señalan como culpable, que aquí no es un individuo, sino un defecto universal: el machismo.
Si me interrogaran como testigo, yo podría decir que el maltratador no es el espeluznante y calculador psicópata recurrido por tantos autores, y que no siempre es un machista sistemático. De hecho, ninguna mujer medianamente sana se enamoraría del mamarracho cruel y despreciable en que reducen al maltratador infinidad de libros y películas. Esos perfiles viscerales son un insulto a la inteligencia de cualquier maltratada a quien, implícitamente, la presuponen incapaz de advertir las artimañas de un timador sin escuela. Sin embargo, el público demanda personajes planos, identificables, malos y buenos sin dobleces. Y eso es lo que se les da: un villano absoluto en quien poder volcar sin remordimiento nuestros impulsos castigadores diarios, un malvado de muchas caras pero con un único móvil: el machismo. Por eso, en la trama fácil de cualquier noticia, película o novela, la violencia es “de género”, del género masculino contra el femenino, claro. Sin más complicaciones. Gran error.
Porque bajamos a la vida real y los profesores de instituto te cuentan cómo cada vez hay más chicas agresivas y controladoras con sus novios. O hablamos con el vecindario y en casa sí, casa no, la que lleva los pantalones con mano de hierro es la mujer. O consultamos a una Asociación como VISC, que combate la violencia por celos y nos revelan que reciben tantas consultas de mujeres como de hombres maltratados. La realidad no es siempre como nos la cuentan.
Yo les voy a hablar de los maltratadores de carne y hueso, los que he entrevistado durante este tiempo: lo que tienen en común todos ellos, al margen de su sexo, inteligencia o cultura, es el trato afectivo que recibieron en su primera infancia y que, sin lugar a dudas, fue inadecuado. Todos sabemos la trascendencia que tienen a esa edad los más sutiles impactos emocionales. Bastaría, pues, analizar los parámetros educativos y neurológicos que todos tuvieron en común para localizar el origen del problema. Y eso fue lo que yo hice. Así pues, son 4 los elementos comunes a la mayoría y suponen un trauma afectivo que en muchos casos degenera en trastorno de la personalidad. Y que nadie se sorprenda, pues sabemos que el maltratador común es un celoso patológico y que una patología es un tipo de enfermedad. Sólo que en estas personas, esa patología viene junto con otros síntomas que he identificado para demostrar que actúa como otros trastornos de la personalidad bien definidos. ¿La particularidad de éste? Que se manifiesta en crisis con una frecuencia distinta en cada persona, siendo inapreciables los síntomas en estado normal. Hay agresores que tienen 3 crisis al mes, pero hay otros que tienen 1 crisis cada 3 meses. De ahí que sea tan difícil detectar anomalía alguna, pues en estado normal (que es cuando acceden a visitar a un especialista) predomina en ellos su parte sana. Comprendan ahora lo difícil que le resulta a una maltratada abandonar a un hombre que la hace feliz 3 meses, por un día o dos que la hace infeliz. Ustedes sólo ven el suceso, pero nosotras hemos visto al hombre. Y un hombre es más complejo de lo que puede abarcar un titular brevemente desglosado a partir de un hecho sangriento. Para saber cómo siente y cómo piensa un maltratador, o hay que ser maltratador o hay que convivir con uno que sea consciente de serlo. Además, ¿desde cuándo hay dogmas en psicología?, ¿desde cuándo está todo descubierto en el cerebro humano? No hay impedimento teórico alguno para concebir nuevos trastornos, mucho menos en individuos tan imprevisibles y desconocidos como los maltratadores. El psiquiatra Valentín Barenblit, afirmaba en unas Jornadas Pro-Salud Mental, que “el maltratador de género sufre un trastorno mental severo que, además de afectar a la Justicia, compete especialmente a los responsables de la salud mental”.
¿Que por qué el machismo no es el problema? 1º) Porque las mujeres y los homosexuales no maltratan por machismo, 2º) porque está aumentando el fenómeno entre la juventud, en teoría más alejada de criterios patriarcales, 3º) porque hay más feminicidios en países del norte de Europa que en los del sur, 4º) porque existen casos en que hombres formados en igualdad maltratan a su pareja. Por cierto, leí de otro especialista que el maltratador no necesita terapia porque no padece ninguna enfermedad, que sólo necesita reeducación. Ahora escuchen esta noticia: En enero de 2006, en Ronda, un subinspector de policía mató a su ex pareja y se suicidó después. Pues este señor era representante policial de la mesa local contra la violencia de género y había impartido charlas sobre esta lacra. ¿Estaba o no estaba lo bastante reeducado? Que habrá zoquetes entre los maltratadores estoy segura, pero la mayoría saben perfectamente de lo ilegal e intolerable del maltrato. Sin embargo, saberlo racionalmente no les sirve para controlarlo. 5º) ¿Qué papel juega el machismo en todo esto?, El machismo es sólo el ambiente donde el verdadero problema se encuentra cómodo, donde vive más contenido. Siendo un trastorno vinculado a los celos, ocurre lo mismo que en una dictadura, donde mueren antes los rebeldes que los sumisos. En la dictadura de los celos pasa igual: muere antes quien se rebela. Por tanto, hay que combatir el machismo, sí, pero sin olvidar el trastorno celotípico que estalla violentamente ante la rebeldía y la libertad.
Señalar un trastorno como principal sospechoso de los crímenes de pareja no significa dar al maltratador un atenuante de su pena. Este agresor no mejora, sino que EMPEORA con el tiempo y como la seguridad de las víctimas es lo primero, no podemos soltar a un tipo así sabiendo que pasados 20 años estará peor. Por tanto, mientras no exista una terapia eficaz, no se puede liberar a un maltratador de alto grado. Obviamente, un objetivo ineludible para combatir esta lacra, será investigar esas terapias específicas y aplicarlas en prisión.
Este sería el eje de mi propuesta. Y disculpen mi impaciencia, pero es que no tenemos tiempo que perder en palabras vacías y posturismos políticos, porque mañana puede morir otra mujer que, de saber lo que yo sé, quizá podría salvarse. Porque de esta idea se derivan otras que agilizarán la prevención, la protección y la recuperación, haciendo más efectivos los protocolos por nuestra seguridad. Y aunque valoro las buenas intenciones de las leyes que se emprenden contra el maltrato, debo decir que, si bien son necesarias, no bastan. Y que ahora, del lado de quienes hemos sufrido el problema, les ofrecemos otra vía sobre la que trabajar, que no se está abordando por bloqueos ideológicos, pero que estoy segura, evitaría muchas muertes.
Crimen resuelto. Ahora está en otras manos cerrar el caso… o dejarlo abierto y seguir creyéndonos la historieta del machismo.

Texto leído ante asistentes y contertulios de la mesa redonda: Miguel Lorente (delegado del gobierno para la violencia de género), Inés parís (directora de cine), José María Gómez-Villora (Juez titular del Juzgado nº1 de Violencia sobre la Mujer de Valencia) y Carmen Chaparro (periodista y moderadora de la mesa).

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